Engaño y Desengaño en el Barroco
Si hay un "leitmotif" central en el arte Barroco, ese es el tema del desengaño.
Tomemos un ejemplo en la arquitectura.
La fachada del Obradoiro de la catedral de Santiago, obra maestra del Barroco arquitectónico, sólo es una cara, un trampantojo, que simplemente oculta el pórtico románico que hubo siempre.
Afortunadamente, los arquitectos del siglo XVIII no derribaron la magnífica obra del maestro Mateo para construir un pórtico nuevo, y lo mantuvieron como siempre había estado hasta entonces, si bien oculto tras esta fachada de Fernando de Casas y Novoa.
El desengaño es también el tópico más importante de la literatura barroca.
Como los sonetos son poemas breves, son ideales para ejemplificar este tipo de explicaciones. Observemos el siguiente soneto humorístico de Quevedo, el cual es en realidad, si bien se piensa, un amargo canto al desengaño. Es, ciertamente, un humor amargo, al retratar a una mujer que es una cosa vestida pero desnuda es otra que en nada se le parece, en tal modo que ni siquiera su cara duerme con ella:
ni con sus dientes come y su vestido
las tres partes le hurta a su marido,
y la cuarta el afeite le cercena,
mas debajo del lecho mal cumplido
todo su bulto esconde, reducido
a chapín zanco y moño por almena,
¿por qué te espantas, Fabio, que abrazado
a su mujer, la busque y la pregone,
si, desnuda, se halla descasado?
Si cuentas por mujer lo que compone
a la mujer, no acuestes a tu lado
la mujer, sino el fardo que se pone.
Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios, también trata el desengaño en muchos poemas, como éste, después de que Lupercio Leonardo de Argensola le hubiera aconsejado que dejase ya de escribir:
que en él mi antiguo fuego se templara;
mudé mi natural porque mudara
naturaleza el uso, y curso el daño.
En otro cielo, en otro reino extraño,
mis trabajos se vieron en mi cara,
hallando, aunque otra edad tanta pasara,
incierto el bien y cierto el desengaño:
el mismo amor me abrasa y atormenta
y de razón y libertad me priva.
¿Por qué os quejáis del alma que le cuenta?
¿Que no escriba, decís, o que no viva?
Haced vos con mi amor que yo no sienta
que yo haré con mi pluma que no escriba.
También Góngora nos habla del mismo tópico en este otro soneto titulado De la brevedad engañosa de la vida:
destinada señal que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta
que presurosa corre, que secreta
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada Sol repetido es un cometa.
¿Confiésalo Cartago y tú lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.
Mal te perdonarán a ti los las horas,
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.
Quevedo, cómo no, tiene el suyo también dedicado A la brevedad de la vida:
¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!
Feroz, de tierra el débil muro escalas,
en quien lozana juventud se fía;
mas ya mi corazón del postrer día
atiende el vuelo, sin mirar las alas.
¡Oh condición mortal! ¡Oh dura suerte!
¡Qué no puedo querer vivir mañana
sin la pensión de procurar mi muerte!
Cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.
Y otros, como Francisco López de Zárate (1580-1658) trataron el mismo tema, que aquí nos muestra enfocado desde el tópico vita somnium (la vida es un sueño):
siendo el ser tan a riesgo de la vida,
que el minuto menor es homicida,
de que el mejor cristal queda sentido,
mira que el golpe en polvo ya escondido
y la luz, con el polvo tan unida,
se halla más sepultada que encendida,
pues lo más della muere, habiendo sido.
Si es tu defensa nada (o vidro leve),
tan de acaso tu luz, para apagada,
que no admite esperanza por lo breve;
si la más cierta vida es la pasada,
de la presente ¿quién fiar se atreve?
¿Quién a más, si aun gozándola, es soñada?
El soneto más descarnado, literalmente hablando, que López de Zárate dedica al desengaño, es el titulado A un esqueleto:
Por supuesto, un tema omnipresente si queremos hablar del desengaño, es el de la mentira y el agasajo; en definitiva, la hipocresía. Quevedo lo trata en poemas como el siguiente soneto:
eso tiene de sastre la mentira,
que viste al que la dice; y aun si aspira
a puesto el mentiroso, es bien premiado.
Pues la verdad amarga, tal bocado
mi boca escupa con enojo y ira;
y ayuno, el verdadero, que suspira,
envidie mi pellejo bien curado.
Yo trocaré mentiras a dineros,
que las mentiras ya quebrantan peñas;
y pidiendo andaré en los mentideros
prestadas las mentiras a las dueñas:
que me las den a censo caballeros,
que me las vendan Lamias halagüeñas.
Hugo Foscolo (1778-1827), el gran poeta italiano de la transición entre la Ilustración, el llamado Siglo de las Luces, y el Romanticismo, retrató también su desengaño ante esa compulsividad del poder por premiar al maleante, en famosos versos que aquí traigo traducidos:
colgaban los ladrones de las cruces;
pero hoy, en nuestro Siglo de las Luces,
cuelgan cruces del pecho a los ladrones.
Como se ve, la cosa no ha cambiado para nada.
Volviendo a nuestro Barroco, aquí os dejo otro ejemplo de Lupercio Leonardo de Argensola:
puesto que la acredita mi deseo,
y es él a quien el daño más alcanza.
De su lisonja y loco devaneo,
ofendo al corazón, en quien no veo
culpa alguna ni muestra de mudanza,
de continuas sospechas combatida.
Las cuales durarán en cuanto diga,
pues al que es mentiroso se castiga
con no ser la verdad en él creída.
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