Fernando de Herrera

Página de la novela "La Dorotea" de Lope de Vega.
 Se me ha ocurrido dedicar esta entrada a Fernando de Herrera.

¿Y por qué Fernando de Herrera? Pues porque tenemos en él la figura cumbre del arte de la versificación entre el Renacimiento y el Barroco español.

El mismo Lope de Vega lo menciona en su novela dialogada La Dorotea, como vemos en la página reproducida en la imagen de la derecha.

Fernando de Herrera fue el primero en hacer un estudio crítico de un poeta que no perteneciera a la literatura grecolatina. El autor elegido para un honor tan grande que hasta entonces sólo se había reservado a los clásicos, fue Garcilaso de la Vega.

Y la elección no fue casual. En otra entrada de este blog ya he mencionado la importancia de Garcilaso de la Vega para la poesía española. En la historia de la poesía sólo hubo otros dos vates que trajeran al verso español revoluciones equiparables a la de Garcilaso: Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez.


Como poeta, Fernando de Herrera (1534-1597) dejó una obra bastante voluminosa. La edición de su poesía completa que tengo en mi poder (cuya portada muestro a la izquierda), ocupa casi unas 900 páginas.

Como es de esperar, parte de su producción tiene características más tendentes al renacentismo, y la otra parte es más cercana al barroco. Si se cuentan todas esas características, salen aproximadamente en una proporción de mitad y mitad.

Herrera toca, como poeta, todo tipo de géneros y de metros de los que se practicaban en su tiempo, tanto de arte mayor (versos de nueve sílabas o más) como menor (versos de ocho sílabas o menos): romances, glosas, odas horacianas (que él llama «canciones»), silvas, estancias, tercetos encadenados, elegías, y otros; pero el más abundante es el soneto, de los que tiene unos 250.

Esta obra justifica el apodo que Herrera tuvo en su época de «el Divino», ya que es de una calidad literaria superior. Se encuentra, a mi parecer, incluso por encima del verso de Lope, ya que carece de la cierta tendencia ocasional de éste a la facilonería.

Herrera cuida al máximo los aspectos rítmicos, que conoce muy bien al ser un gran erudito en cuanto a métrica griega y latina antiguas. De hecho, era famoso por su vida frugal y austera, rodeado sólo de sus libros y de otros eruditos.

Su lenguaje poético todavía perfecciona el de Garcilaso y alcanza una gran altura, dotado de fuerza en los versos de tema heroico y de delicadeza en los amorosos, con muchas alusiones a sus antecesores italianos, como el Dante, pero siempre haciendo gala de una rica imaginería propia.

He aquí, como ejemplo, uno de sus sonetos, en el que sobresale su admiración por Garcilaso:

Canso la vida en esperar un día
de fingido placer; huyen los años,
y nacen de ellos mil sabrosos daños
que esfuerzan el error de mi porfía.

Los pasos por do voy a mi alegría
tan desusados son, y tan extraños,
que al fin van a acabarse en mis engaños,
y de ellos vuelvo a comenzar la vía.

Descubro en el principio otra esperanza,
si no mayor, igual a la pasada,
y en el mismo deseo persevero.

Mas luego torno a la común mudanza
de la suerte en mi daño conjurada,
y esperando en continuo desespero.

Uno más:

Dulce el fuego de amor, dulce la pena,
y dulce de mi daño es la memoria
cuando renueva amor la antigua historia
que a su grave tormento me condena.

Mas cuando hallo mi esperanza llena
de bien y de promesas de victoria,
un súbito dolor turba mi gloria,
y todos mis contentos desordena:

que será esta luz pura de belleza
la fe del justo amor en poca tierra
vuelta, y el fuego muerto que me inflama.

¡Oh vano ardor de la inmortal flaqueza,
si el fin que ofrece paz de tanta guerra
no dejará aun ceniza de mi llama!

Herrera es, sobre todo, muy importante por haber llevado al máximo las posibilidades de la métrica y de la retórica a lo que se llama la versificación imitativa.

La versificación imitativa consiste en acomodar los requisitos del verso: métrica y figuras retóricas, al sentido de lo que dice.

Un ejemplo que se utiliza frecuentemente para que se entienda cómo funciona esto, es el de la utilización de la aliteración.

Esta consiste, como el lector sabe, en la repetición de un fonema (sonido hablado) en la frase, con el propósito de que transmita alguna sensación al oyente.

Así, Herrera comenta en un verso de Garcilaso, o a la que por el hielo congelado, que la constante repetición del sonido de la «l» sirve para transmitir «dulzura». Y, añade el que escribe estas líneas, también expresa la liquidez de la situación, ya que la «l» es una consonante considerada «líquida».

Herrera hace, evidentemente, una utilización abundante de recursos como éste, que van dirigidos a expresarle al lector ideas relacionadas con lo que dice en el verso. Nada en éste debe ser casual, sino que todo tiene que estar ordenado a esa expresión, que viene determinada por la idea platónica que se tenía de que el arte debe imitar a la naturaleza; y cuanto más la imite, mejor será como arte.

La versificación imitativa en Herrera ha sido estudiada por el profesor William Ferguson en su ensayo La versificación imitativa en Fernando de Herrera.

Y para terminar, os suelto aquí uno de mis sonetos que considero más influenciados por Herrera. Espero que os guste.




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