Siete películas protagonizadas por filólogos

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 Hoy he visto que estaban poniendo en un canal de televisión La llegada (Arrival), dirigida en 2016 por Denis Villeneuve.

La película pegó un buen taquillazo; y la verdad es que merecidamente, puesto que, a mi entender, seguramente sea la mejor de ciencia-ficción rodada alrededor de los últimos ocho o diez años. 

Y eso que este decenio no ha sido precisamente estéril para el género: no olvidemos Ex machina, Gravity, Interstellar, Aniquilación, The Martian... Pero, a mi entender, ninguna tan bien contada ni con un giro argumental tan impresionante como La llegada.

Así y todo, lo que más me gusta personalmente de esta película es que esté protagonizada por una filóloga en el ejercicio de su profesión. En este caso, interpretada por la actriz Amy Adams.

Una experta lingüista es reclutada por el ejército tras llegar a la Tierra unas gigantescas naves extraterrestres cuyos tripulantes se empeñan en contactar con los humanos sin que exista ningún punto de referencia cultural, ni orgánico, ni físico, ni nada de nada, en el cual apoyarse para que se pueda llevar a cabo cualquier comunicación entre ambas especies. Y a ver cómo se las compone.

Hasta aquí, el argumento de por sí ya tiene bastante interés. Pero esperen, que aún hay más. Nuestra admirada filóloga, según se va internando en los intríngulis del lenguaje alienígena, va descubriendo que su concepto de ver y entender la realidad y el tiempo se modifica gradualmente, lo cual la lleva a percibir cosas que la gente normal no puede.

Mi ejemplar de Babel 17 en mi biblioteca
La idea argumental en que se basa esta historia no la inventaron los guionistas ni el autor del cuento en que se basa el guión, sino que es una interpretación de la hipótesis de Sapir-Whorf.

Se trata de una teoría propuesta hace ya más de 90 años por los lingüístas Edward Sapir y Benjamin Lee Whorf, la cual, básicamente, sugiere que la estructura del lenguaje condiciona el modo en cómo interpretamos la realidad. De este modo, según ellos, los diferentes idiomas influyen en el modo en que pensamos.

Hace muchos años que leí una novela que desarrollaba la misma hipótesis. Era una narración también premiada. Se titula Babel-17, y su autor es Samuel R. Delany. En aquel caso, era una renombrada poetisa la única capaz de afrontar el reto que la llevaría a descifrar el lenguaje alienígena.

Y es que la hipótesis de Sapir-Whorf da para fantasear un rato, la verdad.

La película La llegada tiene ocho Óscars, dos globos de oro, el León de Oro a la mejor película del festival de Venecia; y así, hasta unos casi cincuenta premios que acumula en total. Así que no es cualquier cosa.

En resumen: una película que hace afición a ser filólogo.

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Otra película con protagonista filólogo también destinada a provocar admiración por esta carrera, es Tolkien.

Tolkien es lo que llaman ahora un biopic, es decir, una película basada en la biografía de un personaje real.

Así, este filme nos relata los momentos cruciales de la vida de J. R. R. Tolkien, el famoso autor de las novelas El Señor de los Anillos y El Hobbit.

Tolkien es un personaje al que admiro como escritor, pero mucho más aún como filólogo, en lo cual sentó cátedra.

Bueno; como sucede en toda película, el director no pudo resistirse a introducir en ella algunos elementos de ficción, pero básicamente todos los personajes y hechos relatados se atienen a la realidad con una fidelidad aceptable.

Aquí conoceremos a la madre de Tolkien, muerta prematuramente mientras él estudiaba, pues su padre ya había fallecido; a su mecenas (y de su hermano), el sacerdote católico Francisco Javier Morgan Osborne (el «Tío Curro», como le llamaban familiarmente, ya que era natural del Puerto de Santa María, en Cádiz), y de cómo éste le impidió ver a su amada hasta que acabara Tolkien la carrera en Oxford, ya que consideraba que esos amores le estorbarían el estudio; la participación del escritor en la Primera Guerra Mundial, en la que perdió algunos de sus amigos con los que había iniciado su camaradería con anterioridad a sus estudios universitarios, su matrimonio con la novia a la que no había podido ver durante años, y muchos más episodios de su vida.

En los personajes y en los hechos, uno se va encontrando con elementos que recuerdan continuamente a los relatados en las obras del escritor conocidas por todos. Así, el «Tío Curro» (quien, por cierto, era tío bisabuelo de nuestro Bertín Osborne), fue el modelo real que dio lugar al personaje del mago Gandalf; la orfandad de Tolkien, que hallaría paralelo en la de Frodo Bolsón, protagonista de El Señor de los Anillos; el impedimento de ver a su amada, que además era protestante (y al final se hizo católica para casarse con él), recordado después en los imposibles amores de la elfa Arwen con el humano Aragorn; el amor del filólogo a los árboles, más adelante plasmado en los Ents, criaturas arbóreas lideradas por Bárbol; la terrible batalla del Somme en la que Tolkien participó, reflejada después en las tremendas guerras de la Tierra Media que relata el escritor; y muchos otros episodios y personajes que hoy todos conocemos en su modo fantástico.

Pero para mí, quizás el punto mejor relatado de la película sea la genialidad de Tolkien que le salvó la carrera cuando iba a ser expulsado de Oxford, donde hacía clásicas con muy malas notas, pero fue rescatado por un profesor que descubrió su gran talento para inventar nuevas lenguas a partir de otras modernas en las que el escritor estaba muy avanzado por cuenta propia, como el finlandés y el francés.

Así fue cómo pasó Tolkien de estudiar Clásicas con un mal expediente, a estudiar Filología Inglesa con mención brillante, gracias a ese profesor que oportunamente se fijó en él y que le supuso un punto de referencia al cual admirar.

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Una tercera película que me interesó mucho con filólogos de protagonistas, es Posesión (2002), del director Neil LaBute.

Este filme se basa en una hermosa novela de A. S. Byatt, una autora de renombre muy condecorada y estimada en el Reino Unido. Esta obra literaria, que también leí en su momento, tiene además varios premios.

Los filólogos estudian todos los aspectos relacionados con la lengua (lingüístas) y/o la literatura, tanto como la historia de ambas materias.

Aquí nos encontramos con Roland, un profesor universitario joven de Filología, hacia el año 1986, dedicado al estudio de la literatura.

Durante su investigación, descubre una carta de amor escrita por un supuesto poeta victoriano, Randolph Henry Ash; y entonces pide ayuda a su colega Maud, quien había hecho la tesis doctoral sobre dicho escritor, para indagar a quién iba exactamente dirigida esa carta.

Después de visitar varios lugares donde había vivido Ash, ambos profesores hallan muchas más cartas relacionadas con el caso, y averiguan que la destinataria era una poetisa contemporánea, Christabel La Motte, que correspondía a su amor.

Pero pronto se dan cuenta de que el descubrimiento que han hecho es demasiado importante y hay otros eruditos siguiéndoles la pista dispuestos a robarles su trabajo. Roland y Maud deciden desaparecer juntos.

Ver Posesión de A. S. Byatt

Entonces se establece una especie de paralelismo entre los personajes del siglo XIX estudiados por los protagonistas, y la historia de amor de estos mismos, según van descubriendo poco a poco los detalles biográficos de ambos poetas decimonónicos cuando van leyendo el material encontrado.

Maud descubre que Christabel era antepasada suya, y a partir de ahí uno no puede evitar la sospecha de que el encuentro entre los protagonistas se trata de un plan urdido de algún modo misterioso allá, en el pasado, por Randolph y Christabel.

¿O habrá algo de metempsícosis en ello?

La autora de la novela imprime a ésta un tipo de sátira inspirada en la de Jane Austen, lo cual no queda tan bien reflejado en la película; pero sí en cambio la dulce y evocadora sensación de misterio que deja la reflexión de la narración sobre cómo, a lo largo de los siglos, existen paralelismos enigmáticos entre las experiencias vividas por personajes de épocas y lugares muy lejanos entre sí. Todo esto se va mezclando con las poesías y las cartas de los autores victorianos. Un filme que trata del estudio literario pero con un buen contenido literario él mismo.

Esta película, además de porque trabaja Gwyneth Paltrow (punto en el que sólo soy incondicional independientemente de sus bondades como actriz), me cautivó por su misterio, y porque muestra una acertada descripción de los avatares que le puede deparar a uno la investigación en literatura. La envidia y los celos de quienes se dan cuenta de que has hecho un hallazgo que les habría gustado hacer a ellos, la emoción de los nuevos descubrimientos, y cada sorpresa inesperada que puede aguardar dentro de una caja de postales escondida en un desván u olvidada dentro de un libro en una antigua biblioteca, como alguien olvidado que nos viene a visitar desde el pasado. En eso consiste este trabajo.

La cuarta película con protagonista filólogo que aquí trataré es Entre la razón y la locura.

Una vez más estamos viéndonoslas con un biopic de lo más interesante.

En España tuvimos a María Moliner (1900-1981), una filóloga que fue autora del único diccionario de lengua castellana elaborado por una sola persona que es capaz de competir con el de la Real Academia Española.

Pues el filme que aquí presento, cuyos protagonistas son los actores Mel Gibson y Sean Penn, nos cuenta un episodio de la historia del «María Moliner» británico, Sir James Murray, un filólogo escocés que pasó gran parte de su vida elaborando un diccionario que es hoy el más importante de la lengua inglesa, el Oxford English Dictionary.

En 1857, Murray comenzó a recopilar palabras con el propósito de crear un diccionario que recogiera todos los vocablos existentes en los países de habla inglesa que hay alrededor del mundo.

Algún tiempo después entra en contacto epistolar con William Chester Minor, un médico que se encuentra en el sanatorio psiquiátrico de Berkshire, Inglaterra.

Minor se vuelca en la tarea y resulta ser el más entusiasta colaborador del proyecto en el trabajo de recoger, anotar y clasificar palabras que después envía al profesor, en una labor de erudición sin par que asombra, gracias a su ingente biblioteca personal de literatura inglesa, que lee constantemente.

Pasa mucho tiempo hasta que James Murray descubre el auténtico papel del doctor Minor en el manicomio; y es que no trabaja allí, sino que se encuentra internado desde unos diez años antes por orden judicial tras haber asesinado a una persona en un acceso de esquizofrenia. La mayoría de los libros que usa le han sido llevados durante todo ese tiempo por la esposa del hombre a quien mató, que por caridad lo visita frecuentemente.

Simon Winchester: El profesor y el loco

El ingente y erudito trabajo del doctor Minor dejó una profunda y beneficiosa huella en el diccionario de Oxford. No menos de 10.000 entradas del diccionario se deben a su mano.

El guión de esta película se basa también en un best seller, El profesor y el loco, cuyo autor es el periodista Simon Winchester.

Entre la razón y la locura es una hermosa película muy bien interpretada y que promueve muy buenos valores: el perdón, el resarcimiento de un grave daño, la colaboración fructífera entre personas muy diferentes, el esfuerzo, la perseverancia, la lucha contra la propia naturaleza de uno, la bondad...

Y desde el punto de vista filológico no tiene precio: la noción del parentesco entre las palabras o el contenido literario que muestra son para no perdérselos. Se trata de otro filme que también hace afición por el oficio.

Otra película de ciencia ficción en la que un filólogo tiene un papel principal, es Planeta prohibido, del director Fred M. Wilcox, estrenada en 1956.

Esta película está inspirada en la obra de teatro La tempestad, de William Shakespeare.

De hecho, con Planeta prohibido nos hallamos ante una referencia de la ciencia ficción cinematográfica de todos los tiempos, además de película «de culto».

Fue rodada en una época en que las lecturas de ciencia ficción estaban de moda, sobre todo en los Estados Unidos, con autores como Isaac Asimov, Ray Bradbury, Arthur C. Clarke, Richard Matheson, Robert A. Heinlein, Philip K. Dick y muchos otros que engrandecieron el género, en el candelero.

A estos autores se unía la ciencia ficción fantástica de los comic books americanos de la década de los 50, influenciados por figuras e historias que ya venían de decenios antes, como Flash Gordon.

Planeta prohibido recoge todo este influjo, lo cual, unido a su alto presupuesto para la época, la convierte en un especimen único dentro de la historia del cine.

Por eso no faltan los arquetipos del astronauta guapo (papel que representa Leslie Nielsen), la chica espacial «sexi», interpretada aquí por la bellísima Anne Francis; y el robot deus ex machina, aquí Robbie, que tan famoso se hizo en esta su primera aparición como para después tener sus propias películas, desvinculadas de ésta, prolongando su fama en comics y como juguete electrónico.

Pero el verdadero protagonista de la película es el arquetipo principal; cómo no, el científico loco, aquí nuestro filólogo, el doctor Morbius, interpretado por el entonces famoso actor Walter Pidgeon.

Una nave espacial llega a un planeta perdido en una zona remota del espacio, y allí se encuentra con el doctor Morbius y su hija Altaira, únicos supervivientes de una expedición que había llegado quince años antes.

Al principio, todo parece normal, y el doctor les cuenta a los recién llegados que durante esos años ha estado trabajando en descifrar el lenguaje de los extinguidos habitantes originales del planeta, los Krell.

Pero los astronautas no tardarán en darse cuenta de que el conocimiento de este lenguaje ha traído inesperadas y tremendas consecuencias para la mente del doctor.

Si en la película La llegada se planteaba el lenguaje como un modificador del modo en que nuestro cerebro aprecia la realidad, aquí se plantea el extremo de la hipótesis contraria; es decir, del generativismo, propugnado por la escuela de Chomsky.

Según esta hipótesis, el lenguaje ya está en nosotros como un potenciador de nuestras capacidades mentales; el proceso de aprenderlo es irlo despertando, hasta que, llegado un momento, no hace falta ni pensar para utilizarlo porque trabaja solo.

Ahora bien, si funciona por sí solo... ¿puede llegar a convertirse por sí mismo en una máquina, que devendría en un monstruo si nuestro subconsciente llega a apoderarse de ella?

Pese a su gran presupuesto, Planeta prohibido tuvo un éxito discreto, y ello es porque tampoco se trata de una película de acción dirigida a las masas, sino que se detiene en maravillosos diálogos que revelan su origen shakesperiano, cargados además de filosofía existencialista y de reflexiones sobre la inmensidad del océano cósmico, el infinito y lo efímero de la vida.

También, en algunos países se prohibió por el atuendo que lleva Anne Francis, en todo momento descalza y con una minifalda muy corta para la época. En España se estrenó en los cines once años después de que lo hubiera hecho en los Estados Unidos.

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Una sexta película bastante interesante con protagonista filólogo, es la mexicana Sueño en otro idioma.

Su director se llama Ernesto Contreras, y ha sido galardonada con varios premios.

Este drama trata del interés que suscita la muerte de una lengua por falta de hablantes. Según dijo en 2018 Audrey Azoulay, entonces directora general de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura, en aquel momento desaparecía en el mundo un promedio de una lengua cada dos semanas.

Es de un gran interés para los filólogos registrar todo lo relacionado con estos idiomas antes de que desaparezcan: su gramática, su vocabulario, su fonética... en fin, todo lo que se pueda antes de que esa lengua muera.

En Europa fue paradigmático el caso del dálmata, idioma que se hablaba en la actual Croacia y otros países vecinos, y que se extinguió el 10 de junio de 1898 al morir su último hablante, el barbero Tuone Udaina, en una explosión al pisar una mina anti personal.

En un pueblo perdido en la selva mexicana, en el estado de Veracruz, sólo quedan ya dos hablantes del zikril, un supuesto idioma que otrora se extendía por una región más amplia. Entonces se presenta Martin, un filólogo estadounidense, con la intención de entrevistarlos a ambos. Lo malo es que estos hombres se encuentran enemistados, lo cual dificulta mucho la labor del lingüista. En busca de una solución a este problema, Martin habla con Lluvia, que conoce la razón por la que los dos ancianos acabaron así muchos años antes.

Esta historia está inspirada en un hecho real que tuvo lugar en Tabasco, donde ya sólo quedaban dos hablantes del zoque ayapaneco, quienes estaban enfrentados.

Desde el punto de vista del ensalzamiento de la figura del filólogo y su trabajo, Sueño en otro idioma es otra película valiosa, y desde luego que hermosa desde el punto de vista estético y técnico.

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El último filme que voy a comentar aquí es, como no, un clásico. Se trata de El club de los poetas muertos.

¿No se te había ocurrido pensar qué puede ser, por carrera universitaria, un profesor que enseña literatura en una institución de enseñanza media?

Pues claro, ¡un filólogo!

A estas alturas, no sé si será posible encontrar a alguien que no conozca el argumento de esta célebre película.

En la historia, nuestro filólogo llega para impartir su materia en la exclusiva Academia Welton, una institución de enseñanza media en algún lugar de Nueva Inglaterra.

El señor Keating resulta ser un profesor nada convencional que suscita la admiración entre sus alumnos hasta el punto de imbuirles una serie de valores que les hacen amar la literatura, y especialmente la poesía, con los resultados que ya todos sabemos.

Esta película acumula también una cantidad ingente de premios, entre ellos cuatro Óscar, otros tantos Globos de Oro y seis Bafta.

Está dirigida por Peter Weir, cuya ópera prima fue Picnic en Hanging Rock, y que dirigió también grandes hitos cinematográficos como El Show de Truman, Master and Commander, La Costa de los Mosquitos, Único testigo y otras tan memorables como éstas. Es un cineasta que, sin ser tan mediático ni conocido entre el gran público como, por ejemplo, lo es Spielberg, tiene una filmografía de las mejores entre los directores modernos.

En realidad, El Club de los poetas muertos cuenta una historia ya bastante trillada (anda que no está la historia del cine llena de maestros que «pagan por ser buenos docentes»); pero el misticismo con que Weir trata el tema, la personalidad de Robin Williams, el tono épico que alcanza en ocasiones y la buena actuación de los actores jóvenes, revisten el tópico con calidad y lo convierten en un producto entrañable, algo lacrimógeno pero que responde muy bien a un concepto mediático de cómo «debe ser» un docente.

Aunque con dos filos, o caras, si se quiere, es una buena película en general, porque cumple su función; y, lo más importante, con un filólogo que ama su materia hasta el punto de saberla transmitir, si bien con cierto punto de manipulador que paga al final, no por ello menos admirable.

Y, para despedir esta entrada, no voy a poner ninguno de mis poemas, sino que les recuerdo que el doctor Jones Senior, padre del doctor Jones Junior (Indiana Jones, claro), es también filólogo. Y gracias a él, Indi ha resuelto muchos de los enigmas condujentes a sus importantísimos hallazgos.

No se olviden.



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