Este viejo café de tertulias burguesas

Fernando Fortún (1890-1914) fue un autor madrileño que, en su escasa obra, puede considerarse representativo del gusto por el verso de arte mayor (especialmente el alejandrino) que manifiestan los vates de lengua española durante el período artístico y literario que le tocó vivir: el modernismo.

Por desgracia, este prometedor poeta falleció muy joven. De su autoría, presento el que es hoy en día su poema más conocido, y que ha bastado para hacerle un hueco en las antologías. Poesía nostálgica, que evoca las viejas tertulias de café que tan gratas habían sido a los artistas del Romanticismo, y que los vates modernistas se esforzaban por emular. El poema presenta algunos tópicos románticos ya casi olvidados. Se hace alusión a Espronceda y otros escritores y artistas románticos asiduos a estas reuniones, y que estuvieron presentes en las varias revoluciones parisinas del siglo XIX (1834, 1848, 1871). Y también en los sucesivos conflictos revolucionarios que estallaron en España (guerras carlistas, guerras cantonales, golpes de Estado...) Se nombra a Madrazo... ¿cuál de ellos? Fue una saga de cinco o seis generaciones de pintores, todos los cuales constituyeron sobresalientes retratistas de recordados personajes románticos a lo largo del siglo. Se cita el "oro inglés", también llamado el "Oro de Pitt", en alusión al ministro británico que, según Napoleón, financiaba toda cuanta revolución se fraguaba contra él. Y no se olvida el "Día del Grito" (consigna entonces tópica para referirse a las fechas convenidas para iniciar una revolución o golpe de Estado), ni tampoco el tópico de los masones. Un hermoso poema que hasta hace relativamente poco (yo lo conocí hace unos veinte o veinticinco años) estaba prácticamente olvidado, y que hoy ya empieza a sonar en algunas partes.

Este viejo café de tertulias burguesas
tiene una vaga historia olvidada y magnífica;
en días ya lejanos ocuparon sus mesas
tipos dignos de alguna novela terrorífica.

Figuras misteriosas que entraban embozadas;
y las luces de gas, discretas y cambiantes,
dejaban en penumbra sus sombras recatadas,
iluminando a veces juveniles semblantes.

Eran grupos herméticos, que siempre conspiraban,
en esa bella época de las revoluciones…
Al pasar, confundidas palabras se escuchaban:
el oro inglés… el día del grito… los masones

¡Oh, aquella juventud cálida y arbitraria,
de ilusiones sonoras y de altos ideales,
desdeñadores líricos de la vida ordinaria,
bellamente románticos y un poco teatrales!

Tomaban actitudes de tribunos romanos,
siempre declamatoria su vieja teoría,
hablaban en los clubs haciendo poesía
y eran después discursos sus versos byronianos.

Son sus rostros aquellos que Madrazo retrata;
y, estando en un sarao discutiendo ardorosos
contra los moderados, quedaban silenciosos
oyendo recitar la Canción del pirata.

Y sus almas, acordes un momento latían,
posesas de un antiguo y generoso fuego,
mientras que sus palabras siempre se confundían,
pareciendo rimar con el Himno de Riego.

Así pasó su vida la juventud aquella,
como esa musiquilla de un día de jarana,
y por loca y romántica y fogosa, fue bella
y porque no sabía pensar en el mañana.

Y siempre se escuchaban sus voces exaltadas;
y sus grandes sombreros de copa y sus melenas,
como cascos guerreros detrás de las almenas,
emergían ornando todas las barricadas…

Creo verlas aún, ocupando las mesas
de este antiguo café, donde se escucha ahora
el sosegado hablar de estas gentes burguesas
y, en el piano, el sueño de un triste vals que llora…





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